Bienvenidos a este espacio virtual donde pretendo, principalmente, aportar reflexiones propias, con referencia normativa en algunos casos, y mayoritariamente filosóficas, respecto de la situación actual del ciudadano en general y del abogado en particular. Su relación con él mismo, con la sociedad que lo rodea y cómo no, con la Justicia.
“Hacia el caballero del siglo XXI”
Hace no demasiado tiempo vi un vídeo, no recuerdo quién era el señor que hablaba en él, pero me impresionó profundamente. En él decía que la verdadera riqueza de un pueblo no se medía en sus posesiones de oro, en su petróleo o en su fuerte economía sino en la educación de sus gentes. Pero no una educación basada exclusivamente en el conocimiento de la matemática, la física, la biología (importantes todas ellas, sin duda) sino en una educación ética, ciudadana. En cómo nos relacionamos con nuestros conciudadanos. Así, ponía como ejemplo a quien toma un café en un bar y pide la cuenta al camarero. Y lo hace pidiéndola por favor, para cuando se la entrega darle las gracias, depositar el dinero y cuando le traen la vuelta reiterar las gracias antes de despedirse. Continuaba hablando sobre aquel que caminando sobre una acera estrecha se cruza con otra persona que viene en sentido contrario y se baja de la acera diciendo disculpe, para cederle el paso… Así, en una sociedad donde estos “principios” de conducta, esta ética del comportamiento, estuvieran firmemente arraigados en los individuos que la integraran, sería una sociedad rica.
El individuo, el ciudadano es el principio y fin último de toda sociedad. Por tanto, la búsqueda el crecimiento individual, de la verdadera riqueza en valores a través del conocimiento de la ética, la lógica, etc., darán lugar al nacimiento de una sociedad rica.
No mucho antes de escribir estos “pensamientos”, leí un libro, “Coundehove-Kalergi, un ideal para Europa” en el que el autor, Dr. D. Juan Manuel de Faramiñán, gran amigo, por cierto, realiza un exhaustivo análisis sobre la figura de un pensador que en el periodo entre guerras (primera y segunda guerra mundial) plantaba las bases de lo que debía ser una Europa unida y fuerte en un contexto socio político tan delicado como el de entonces (cabría preguntarse si hemos mejorado mucho en el panorama internacional respecto de aquellos tiempos). Para acercarnos al personaje nos hace un recorrido por sus pensamientos, sus fuentes, …, y nos desarrolla un concepto acuñado por el autor conocido como la “hiperética”. Más adelante trataremos sobre dicho concepto, pero he de reconocer que me causó verdadero entusiasmo conocerlo y entenderlo.
Andamos perdidos, en un tiempo en el que los valores de ciudadanía están más que nunca en peligro, en el que la libertad de forma impera en las relaciones sociales y en las que la fortaleza y liderazgo han sido suplantadas por el revanchismo y totalitarismo.
Observo como el individuo anhela, cada vez en mayor medida, encontrar referentes en los que protegerse e identificarse.
En la sociedad de la imagen en la que nos movemos y a falta de verdaderos maestros, los sujetos acudimos a las redes sociales en busca de patrones, unas veces espirituales, la mayoría estéticos, encumbrando con ello a los denominados “influencers”. Sin embargo, la mayoría no son sino productos de mercado utilizados, para su propio beneficio, como meros escaparates de las distintas marcas. Son, en cambio, más escasos los referentes que reporten un crecimiento integral del individuo o que lo someta a reflexión potenciando su propio crecimiento y por tanto, su mayor riqueza.
Hemos denostado la figura del pensador o filósofo (concepto al que pretendo darle su justo reconocimiento en este trabajo) y se nos representa, injustamente, como alguien alejado del mundanal ruido, siendo los vientos del momento más favorables al “maniquí” que, en principio, se nos antoja vacío de reflexión y conocimiento.
Si a través de estas líneas nos atrevemos a indicar las pautas de lo que, a nuestro entender, debe ser la meta del hombre y la mujer de hoy, dichas pautas deberán tener en consideración el crecimiento libre de cada individuo, que aportará, en cada momento su propia riqueza personal. Citando a Faramiñán, “El formador de seres humanos se asemeja a un jardinero que, al tiempo que permite el crecimiento natural y propio de la planta, la ordena y la coloca en el entorno con el anhelo de alcanzar el equilibrio y la armonía de la forma.”
No pretendo con este texto realizar tan arriesgada tarea, solamente deseo provocar la reflexión individual estableciendo para ello un criterio, mi criterio, mi reflexión, mi opinión al fin, del ideal de ciudadano actual y hacerlo desde una perspectiva integral, es decir, desde el plano del conocimiento, la espiritualidad y el cuidado de la estética buscando y definiendo las características que lo integran y definiéndolos desde este momento como el Caballero y la Dama, siendo extrapolable todo aquello que planteamos sin atención alguna al género del individuo.
Es por esto que con estas páginas pretendo crear un portal en el que poder expresar “una opinión”, mi opinión insisto, quizás, ojalá una nueva referencia, sin bien más integral y desde luego, siempre desde la humildad, la mesura, la moderación y el equilibrio, y hacerlo desde la base, el respeto y la debida distancia de verdaderos pensadores que ya acuñaron semejante concepto, sean el conde Coudenhove Kalergi, a principios del siglo XX, con el término “Gentleman”, Platón, sobre el siglo IV a.C., con “Aristos” o Confucio (Kunf Fu Tse), hacia el siglo VI a.C. con su “Jen”. Como observa el lector, nada estoy inventando, sólo lo recordamos y lo traemos a nuestros días para devolver valor a lo que parece olvidado.
En la actualidad, podemos obtener formación en protocolo, asesoramiento de imagen, tendencias,…, con las que podremos vestir la apariencia del Caballero o de la Dama. Por otro lado, encontramos formación (siempre ha estado a nuestro alcance) para la configuración del individuo como ser pensante y espiritual (basta volver la vista a nuestros clásicos y tantos otros pensadores del momento), pero en estas líneas pretendemos, de algún modo, aunar esa doble perspectiva para que el continente, hermoso a los ojos, esté colmado de virtuoso contenido. Un espíritu equilibrado en un cuerpo equilibrado, es decir, mens sana in corpore sano (Sátira X, 356).
Buscando, como otros han definido, al Santo, al Sabio y al Atleta en nosotros mismos, construiremos al auténtico caballero, a la auténtica dama, lejos de los conceptualismos y prejuicios que a tales conceptos acompañan.
Carlos Egea Jover

Carlos Egea Jover
Lcdo. en Derecho por la Universidad de Granada 1997-2002.
Màster en Dret Esportiu por la Universitat de Lleida 2004-2006.
Abogado ejerciente núm. 5.240 ICAGR, desde el año 2003.
Autor de diferentes artículos relacionados con el Derecho y ponente en distintas charlas, cursos y conferencias organizadas por diversas entidades públicas y privadas.
En la actualidad ejerce su actividad profesional en la ciudad de Sevilla, si bien abarcando la práctica totalidad del territorio nacional, compaginándolo con sus estudios en filosofía práctica, música y la actividad deportiva.